El pesebre (belén) de este año en el vaticano....
El pesebre signo de decepción y fracaso
Queridos hermanos, escribo estas líneas el santo día de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Escribo en mi oratorio, ante un sencillo, humilde y hermoso nacimiento de escayola pintada; y contemplando la bendita escena me surgen las ideas que les expongo.
El blasfemo “pesebre” de la plaza del Vaticano, tras meditar y orar, me lleva al sentimiento de decepción y fracaso. Decepción y fracaso del Pontificado actual; decepción y fracaso de una Iglesia que no sale de su asombro y paralizada; y decepción y fracaso de las expectativas del Concilio que nos ofrecía una “nueva” Iglesia, por fin, abierta al mundo y dialogante con él, que renunciaba a la Iglesia “cerrada” y sin inspiración divina, que los Padres conciliares habían recibido; decepción y fracaso de aquella “primavera” que nos vaticinaban los arquitectos del Concilio Vaticano II.
Pues bien, el actual Pontificado, la actual Iglesia, las expectativas y “primavera” del Concilio se resumen en una imagen gráfica: Un “pesebre” con imágenes travestidas, desnudo con cuerpo escultural, ángeles con senos, muerto incluido y …
“Nueva” Iglesia.
Estamos ante el signo y bandera de la “nueva” Iglesia, cuya “nueva” teología enseña: Nada es verdad ni es mentira, todo depende del color con que se mira. Sabia enseñanza y novedosa, de la que se desprende que ya no hay verdades absolutas, ni dogmas de fe, ni mandatos divinos que no se puedan obviar. Los “nuevos” teólogos, los “nuevos” Pastores, los “nuevos” eclesiásticos, enseñan con tesón, constancia y esfuerzo las “nuevas” enseñanzas” de la “nueva” teología de la “nueva” Iglesia. Porque lo que está expuesto en la Plaza del Vaticano, es el signo patente de la realidad indiscutible de la ”nueva” Iglesia dentro de la Iglesia de Jesucristo. Decepción y fracaso de las ilusiones, de la alegría, de las expectativas del Concilio Vaticano II, porque ya en sí mismo llevaba el germen de la decepción y fracaso.
Contemplo mi nacimiento.
Contemplo mi nacimiento, y todo en él respira pureza, castidad, inocencia, humildad, pobreza; todo es santo, amable, apacible…, todo es en sí un Misterio de Misericordia divina. Mejor dicho aún: es EL Misterio del Amor y Misericordia de Dios al hombre, que ya previendo este momento, preparó las entrañas inmaculadas de la Purísima Virgen, y escogió al castísimo San José.
Contemplo al Niño en el pesebre, y veo la majestad del Rey, la divinidad del Sacerdote y la sabiduría del Maestro, que ya me está enseñando: pobreza, castidad y obediencia.
La verdad no está sujeta al tiempo ni al espacio.
Contemplo la escena del Nacimiento, y siento reforzada y confirmada mi fe en la enseñanza tradicional de la Iglesia, porque la Verdad no cambia, no está sujeta al tiempo ni al espacio. La Verdad de Nuestro Señor Jesucristo se eleva sobre el tiempo y el espacio a los que está sometido el hombre, por la sencilla razón que tiempo y espacio son idea de la Sabiduría de Dios, deseo de su Amor y obra de su Omnipotencia. Por lo que, no existe una realidad personal de hoy distinta a la de ayer en todo lo concerniente a la salvación del alma, por la sencilla razón de que Dios todo lo ha previsto, sin dejar nadad fuera de su Sabiduría. La Omnipotencia y Sabiduría de Dios son de tal infinitud que la realidad del hombre concreto, con sus circunstancias personal y únicas, están en la mente divina hasta el fin de los tiempos.
La enseñanza de Jesucristo a su Iglesia, su Esposa, a través de la Tradición y Sagradas Escrituras, tiene su vigencia inalterable en el tiempo y espacio. No hay nada nuevo “bajo el sol” que no esté previsto por la Santísima Trinidad.
La Iglesia de mi Nacimiento.
“Contemplo” “eso” instalado en la Plaza del Vaticano, y no puedo mantener la mirada ni un segundo, tiempo suficiente para la congoja, la tristeza, la rabia contenida, junto a una inmensa decepción y profundo fracaso de la realidad eclesial que representa y es símbolo; realidad y símbolo totalmente opuesto a la realidad de Iglesia que contemplo al mirar mi Nacimiento.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
fuente original Adelante la fe